Primeramente, al llegar al monte y más en esta época, se disfruta de cada uno de los colores del entorno. Lo más destacable, sin dejar de lado todo lo que te aporta a nivel personal, es la tranquilidad, el conectar con la tierra, etc,, pero además son los diferentes tonos de color que se observan, desde las hojas verdes que aún quedan en los árboles, pasando por las que ya están teñidas de rojo, los diferentes tonos de amarillos y por último las hojas marrones esparcidas por todo el suelo, crujiendo a cada paso que das.
Poco a poco y mientras el camino avanza y la cima está mucho más cerca, árboles como cipreses, encinas, hayas y sequoias, pasan a dejar protagonismo a los pequeños matorrales, que aún así, se ven tremendamente poderosos y fuertes, compartiendo protagonismo con un suelo cada vez más rocoso.
De esta forma, por fin llegamos a la cumbre, con la misma parte de cansancio en el cuerpo, que de superación en el alma, respirando lentamente para que con cada inhalación nos llene los pulmones de un aire tan fresco que casi duele.
Ya por último y desde el punto geodésico, se puede contemplar lo que desde allí parece un lienzo a medio pintar con innumerables tonos otoñales, que va subiendo o bajando los tonos, a son del viento, que a esas alturas forma una melodía perfecta, compartiendo todo el paisaje con un intenso cielo azul.
Yolanda Santos - N2BT
